miércoles, julio 22, 2015

Queridos Reyes Magos

El Archivo de Escrituras Cotidianas (AEC) fue fundado el año 2004 y tiene su sede en el Departamento de Historia y Filosofía de la Universidad de Alcalá. Nació gracias al empeño del Seminario Interdisciplinar de Estudios sobre Cultura Escrita (SIECE) y hasta la fecha se nutre principalmente de las cesiones y donaciones realizadas por alumnos. Los objetivos que se marca este archivo son la conservación, el estudio y la edición de los testimonios escritos de la gente común, especialmente aquellos que corren mayor riesgo de desaparecer. También la creación de materiales didácticos para su uso en la enseñanza secundaria y universitaria, en un intento de acercar la disciplina histórica a las generaciones más jóvenes haciéndoles partícipes en la tarea de recoger, por sí mismos, los mimbres de los que estarán hechas sus primeras indagaciones históricas. Sin dejar, claro está, su empeño en conformar un sólido grupo de investigación formado por personas que trabajan en torno a esta temática.
En este marco, el blog Grafosfera ofrece a continuación la experiencia de la alumna Alexandra Ignat Macsutovici en su trabajo de análisis de las Cartas a los Reyes Magos conservadas en dicho archivo.

VUELTA A LA INFANCIA

Cuando cuento que llevo seis meses leyendo cartas que cientos de niños y niñas escribieron a los Reyes Magos y a Papá Noel en las Navidades de 2013 y 2014, quienes me escuchan suelen mirarme con cierta incredulidad. Sin embargo, este ha sido mi trabajo durante el disfrute de una de las becas de Introducción a la Investigación que anualmente convoca la Universidad de Alcalá. Gracias a la obtención de esta beca, en enero de 2015 me incorporé al equipo de trabajo del Seminario Interdisciplinar de Estudios sobre Cultura Escrita (SIECE) y del Grupo de Investigación LEA (Lectura, Escritura, Alfabetización) del Área de Ciencias y Técnicas Historiográficas del Departamento de Historia y Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras. Su director, Antonio Castillo, y su coordinadora, Verónica Sierra, me encomendaron esta aventura como tarea y yo de muy buen grado acepté el reto de catalogar y analizar las 580 cartas que componen parte del Fondo Epistolar del Archivo de Escrituras Cotidianas (AEC).

Ver el mundo con ojos de niño hace que una vuelva a su infancia, a esa época en la que las preocupaciones del mundo adulto quedan disipadas en peticiones tan puras, espontáneas y sencillas como la paz en el mundo, amor, sonrisas y carcajadas, ser feliz y no perder la ilusión, salud y educación, que los ricos hagan más donaciones y que los pobres tengan comida, que no haya guerras, etc. Peticiones inocentes y sinceras, diría cualquiera, pero en las que asoma de golpe la verdad de la realidad que vivimos. Reflexiones aparte, lo cierto es que trabajar con niños puede ser muy gratificante: sus letras desprenden cariño, la manera en la que escriben y, por tanto, piensan y sienten, consiguió arrancarme muchas risitas espontáneas en las tardes de despacho.

Cuando me preguntan cómo escriben los niños sus cartas, yo relato el esmero con el que preparan la llegada de Papá Noel y de los Reyes Magos ofreciéndoles leche, galletas o churros para sus renos y camellos –pues tienen que “recoger fuerzas”-, conscientes de la labor de estos filántropos, que no tienen más interés que el de repartir muchos regalos a todos los niños y niñas que se hayan portado bien. Hay muchos niños que son conscientes de no haber sido todo lo buenos que debían -o como dirían ellos, de haberse portado “regulín, regular”, “baratillo”, “así, así”- y por ello intentan negociar con sus destinatarios llenando sus cartas de promesas de futuro o excusando su comportamiento en el pasado (en realidad que se porten mal es culpa de sus hermanos, la adolescencia es muy difícil y hacen lo que pueden, o simplemente “ablando de cómo me portado, algunas veces no aguantaba más y he tenido que hacer algo”).

Si yo fuera una reina maga, al leer estas promesas y estas excusas, y sentir la ilusión que recorre estas misivas y con la que los niños viven esta época del año, expectantes por ver cuáles de sus deseos les han sido o no concedidos, les perdonaría todo. Una sonrisa se dibujaba en la comisura de mis labios cuando veía los nombres de los Reyes escritos de oídas, como “Meryor”, “Merchó” o “Vartasart”, así como cuando afloraban sobre el papel faltas de ortografía como “magestades”, “relles”, “tragerais”, “por fabor”, “quedría”, “perito”, “ocito de peluche”, “dulsenabidad” o “gimnasia rípmica”. Igualmente no podía evitar reír y emocionarme cuando los niños llamaban “guapos” a los Reyes Magos, les preguntaban qué tal les había ido el año, les deseaban buena suerte y buen viaje y les colmaban de besos y abrazos.

Algunos de estos pequeños visionarios son unos archiveros en potencia, pues ya desde temprana edad apuntan maneras: elaboran listas de los regalos que quieren organizados por temas, dejan números de referencia, precios, ubicaciones en las tiendas y hasta recortes de catálogos, diferencian sus peticiones con colores o las distinguen con pegatinas en forma de estrella según el orden de preferencia. Hay quienes hasta dejan dinero y algún que otro espabilado hace listas separadas para los Reyes Magos y para los padres.

Los regalos que más piden son los juguetes tradicionales y los juegos interactivos, aunque hay también numerosas peticiones de videojuegos y consolas, móviles y tablets. Otros son más idealistas y creativos, y piden “sorpresas”, “tener un hermanito que lo sueño”,“un cerebro que funcione bien y no como el mío”, “una máquina que me haga los deberes y los exámenes”, “todo el dinero de España”, “que mi mamá deje de fumar”,“que papá no trabaje tanto”, “que mi familia no discuta más”, “que ningún niño se quede sin juguetes”, “un hogar y alimento para los niños necesitados” o “la curación definitiva”.

Hay niños que piden listas interminables de regalos y hay otros que solo piden lo que necesitan. Niños que personalizan sus cartas con dibujos y colores, purpurina y pegatinas, y otros que solo garabatean o que adjuntan cosas tan dispares como un ticket de aparcamiento, un folio de alineación de la impresora, un albarán, un borrador de valoración neuropsicológica, un cuestionario o un guión televisivo.

Muchas de las cartas son individuales, pero un buen número de ellas están escritas de manera colectiva, bien por varios hermanos o también a medias entre padres e hijos, clases escolares, e incluso hay adultos que escriben en su nombre, a modo de delegados gráficos, aunque también los hay que lejos de limitarse a esta labor de intermediación deciden, a pesar de estar ya algo maduritos, escribir sus propias cartas a modo de desahogo, vertiendo en ellas sus inquietudes y frustraciones que, quién sabe, puede que sintieran que se desvanecían en el universo una vez echada su carta al buzón.

En definitiva –y poniéndome un poco orteguiana- detrás de cada persona está su circunstancia, y detrás de cada carta hay toda una historia que contar. Después de haber trabajado con estas cartas, y tras haber intentado dar sentido a cada letra, trazo, dibujo o garabato, cada una de esas historias forman ya parte de mi vida.

Alexandra Ignat Macsutovici
4º del Grado Humanidades

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