jueves, junio 09, 2011

Opinión sobre la Real Academia y la Historia

DEBATE EN TORNO A LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

Ayer, en su columna de El País, decía Elvira Lindo que para qué opinar de algo cuando otros expresan lo que pensamos y lo hacen con mayor claridad y fundamento. Se refiería al caso concreto de la Academia de la Historia y al polémico Diccionario Biográfico Español.
Como nuestra opinión al respecto no difiere del juicio manifestado esta misma semana en dicho periódico por el historiador Julián Casanova, nos limitamos a transcribir su tribuna en este blog. Añadimos tan sólo tres considerandos:
a) Nuestro voto por la supresión o reconversión de la Academia de la Historia, rancia institución que poco aporta al progreso de la disciplina.
b) El enlace a un artículo sobre "Conciencia o memoria histórica" del académico Luis Suárez Fernández, donde, por si quedaran dudas, vuelve a retratarse ideológicamente.
c) La entrevista de B. Hermoso y T. Constenla al director de la Academia, Gonzalo Anes, el día 4 también en El País, con perlas tan jugosas como esa última donde decía que las mujeres están menos preparadas que los varones porque "están dedicadas a criar a sus hijos y a ser amas de casa". Antonio Castillo.

TRIBUNA: Julián Casanova
LA ACADEMIA Y LA HISTORIA

El País, 7 de junio de 2011.

Todas las disciplinas académicas poseen sus métodos, reglas y hábitos que las identifican y deben respetar quienes se comprometen con ellas profesionalmente. Los historiadores no nos dedicamos solo a compilar listas de nombres, fechas, lugares y acontecimientos. La historia es una disciplina compleja y los historiadores un grupo muy variado. Además, el conocimiento histórico tiene límites bien claros, porque la verdad absoluta es inalcanzable y los hechos, como ya puso de manifiesto Edward H. Carr hace ahora medio siglo, nunca nos llegan en estado puro. Pero eso no quiere decir que inventemos la historia, ni que tengamos que renunciar a captar, por medio de enfoques y métodos de indagación apropiados, un pasado parcialmente verdadero.

Muchos españoles se han enterado estos días de que había una Real Academia de la Historia. De repente, una institución que no existía, o que, pese a ser Real, parecía estar en la clandestinidad, sale a la luz con un Diccionario Biográfico Español, presentado ante las máximas autoridades con elogios exagerados de sus propios miembros y de algunos ilustres invitados. Y cuando esperaban más parabienes, que la gente les abrazara efusivamente por tan noble y digna empresa, les cae encima una tormenta de vergüenza e indignación que pone bajo sospecha la profesión del historiador y alimenta esa creencia tan extendida de que la historia depende de quién la cuenta, que es una rama del saber totalmente subjetiva, sujeta a postulados ideológico-políticos o cercana a la ficción.

Más allá del escándalo provocado por el nulo rigor y sesgo ideológico con el que se han elaborado algunos textos para ese Diccionario, estamos ante una buena oportunidad de debatir temas importantes que afectan a nuestra democracia, historia y cultura.

Es normal que los diversos recuerdos de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco continúen persiguiendo nuestro presente, que ese pasado traumático provoque conflictos entre diferentes memorias, individuales y de grupos, como ocurre en todos los países que sufrieron regímenes políticos criminales.

Da igual que los mejores historiadores y especialistas en ese periodo proporcionen sólidas y contrastadas pruebas de que la Guerra Civil la provocó un violento golpe de Estado y de que la larga y sangrienta dictadura que implantaron los vencedores de esa guerra fue desastrosa para la historia y convivencia de los españoles. Muchos ciudadanos, por diferentes motivos, van a seguir pensando que Franco fue un santo varón que trajo paz, desarrollo, carreteras y pantanos. Lo que ofende y avergüenza es que los miembros de la Real Academia de la Historia divulguen y amparen las grandes mentiras de la propaganda franquista, retomadas hoy por afamados periodistas y aficionados a la historieta, y empleen para ello cuantiosos fondos públicos.

Con ser muy grave esa manipulación, el tema va más allá del uso político e ideológico que se hace de la historia. La Real Academia de la Historia no representa a nadie, ni a los historiadores ni a sus investigaciones, y su utilidad es escasa o desconocida. Sus académicos numerarios son un grupo de colegas, reclutados entre ellos, alejados en buena parte, aunque haya notables excepciones, de la docencia y de la investigación, de los congresos y debates historiográficos. Pero no solo es la Academia. En España hay numerosas instituciones públicas (locales, comarcales, autonómicas y estatales) que editan, con el dinero de todos, centenares de libros y revistas cuya calidad y rigor casi nunca se controla.

Bajo ese paraguas protector, algunos historiadores y miembros de otras disciplinas, en algunos casos también con puestos vitalicios en las universidades, nunca necesitan pasar los filtros de la competencia y el rigor que les exigirían en cualquier editorial de prestigio. La mayoría de esos escritos, de escasa calidad y distribución, y difíciles de digerir, apenas tienen lectores. Seguro que en un Diccionario Biográfico que incluye 43.000 personajes históricos han colaborado muchos profesionales competentes que se han ajustado a las pautas del rigor y al método crítico de aproximación a la historia. El escándalo es que sean los propios capitostes de la Academia quienes las incumplan y que eso constituya en parte el reflejo de una miseria intelectual y cultural todavía bastante extendida.

La verdad acerca de los hechos históricos se descubre y no se inventa. La objetividad es un sueño noble, pero entre esa sana ambición y la historia como pura construcción de quien la escribe hay una vía de diálogo entre el historiador y los hechos del pasado. Los historiadores tenemos que rastrear las fuentes, escuchar las voces del pasado y hacer preguntas al material investigado para ofrecer relatos fidedignos. Ese es nuestro desafío y quienes lo respetan, lo hacen bien y lo demuestran, son también respetados por sus colegas, por la comunidad científica y por el público que los conoce a través de sus escritos. La Real Academia de la Historia constituye ya una buena materia de estudio para la historiografía. En su estado actual, su existencia carece de sentido y tampoco parece que una reforma radical le pueda dar mayor legitimidad. Como ha demostrado toda esta polémica, la sociedad ya no necesita guardianes de las esencias de la historia.

(*) Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

2 comentarios:

Galderich dijo...

La imagen que da la Real Academia de la Historia es lamentable como bien expresas ayudada por los enlaces por si no quedaba claro.

Estas instituciones siempre tienen un aspecto rancio demoledor. Por otra parte,¿este diccionario era importante teniendo en cuenta el acceso a internet de todo el mundo?

Anónimo dijo...

La elaboración del Diccionario sí me parece justificable pues no todas las biografías se encuentran en Internet y, además, cabía esperar que se hicieran con el habitual rigor de la profesión. El problema ha estado en la deficiente planificación de la obra, en la más que disctutible selección de los colaboradores e. incluso, en los criterios con que se han elegido a las personas biografiadas.
Antonio Castillo Gómez